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Un cambio en la expresión del gen FAAH, productor de una enzima que procesa los endocannabinoides y hace que se absorban en el organismo, la mantiene en un estado de bienestar inusualmente constante. En el cuerpo de Cameron, los niveles de anandamida, una sustancia con efectos parecidos a los de la marihuana, son más elevados de lo normal porque permanece más tiempo intacta y sus niveles de ansiedad, estrés o dolor son mucho menores. “Esto me hace ridículamente feliz y es molesto estar conmigo. A la gente le gusta estar triste”, bromeaba hace unos años. Su caso llegó en 2013 a los expertos en genética del dolor de University College London (UCL), cuando sus médicos se dieron cuenta de que no sentía dolor después de dos intervenciones serias en la cadera y la mano. Desde entonces, los investigadores han tratado de comprender qué hace a Cameron especial para ayudar a los millones de personas que viven con dolor crónico y ansiedad y solo cuentan con soluciones insuficientes o fármacos peligrosamente adictivos.

Recientemente, en un trabajo liderado por Andrei Okorokov y James Cox, de UCL, y publicado en la revista Brain, los investigadores han detallado algunas de las particularidades de la escocesa. Una de cada tres personas tienen mutado el gen FAAH y niveles más altos de anandamida, pero no todos disfrutan de la protección ante las tribulaciones de la vida de Cameron. Ella cuenta con otra rara mutación en un gen bautizado como FAAH-OUT, hallado en lo que se conocía como ADB basura, una región del genoma que durante mucho tiempo se creyó inútil porque, pese a conformar el 98% de nuestro material genético, no produce proteínas. En los últimos años, se ha descubierto que estos genes oscuros influyen en cómo se expresan los que sí producen proteínas. Esa interacción explica el caso de Cameron, profesora escolar jubilada. Okorokov afirma que “el gen FAAH-OUT es una pequeña esquina de un vasto continente que este estudio ha empezado a cartografiar”. Además de identificar la base molecular de la ausencia de dolor, este trabajo ha encontrado la forma en la que la mutación de este gen oscuro mejora el estado de ánimo o facilita la curación de las heridas. Según Okorokov, “estos hallazgos tendrán importantes implicaciones para áreas de investigación como la cicatrización de las heridas o la depresión”. Los investigadores observaron que, además de reducir la actividad del gen responsable de retirar los endocannabionides de la sangre, hay otros 348 genes atenuados, pero también 797 intensificados. Entre ellos se encuentra el WNT16, relacionado con la regeneración de los huesos, o el BDNF, que influye en el estado de ánimo.

Este trabajo es un paso para recuperar el potencial del sistema endocannabinoide como diana para los tratamientos frente al dolor en un mundo donde alrededor del 20% de la población lo sufre de forma crónica y en el que alarma la epidemia de adicción provocada por el mal uso de los medicamentos opioides. Tras dos décadas de pruebas con fármacos que inhiben el gen FAAH, no hay ninguno aprobado y en 2016, uno de ellos produjo una tragedia en un ensayo clínico desarrollado en Francia por la compañía portuguesa Bial. El medicamento, destinado a tratar problemas motores y de ansiedad en enfermedades como el párkinson, provocó intoxicaciones en el cerebro de los participantes que acabaron con la vida de uno de ellos y causó daños importantes a otros cuatro. Una investigación posterior concluyó que la molécula tenía efectos inesperados en otras enzimas distintas de las que pretendía bloquear.

Fármacos basados en cannabinoides

Javier Fernández, director del grupo de investigación en cannabinoides de la Universidad Complutense de Madrid, opina que estos resultados “abren la posibilidad de intervenir directamente sobre este proceso de regulación”. El investigador cree que, desde el punto de vista práctico, aún es ciencia ficción, “porque es difícil llevar este tipo de agentes a los sitios donde van a ser útiles y, en muchos casos, son enzimas o proteínas muy ubicuas, así que una herramienta así puede afectar a muchas cosas y tener muchos efectos secundarios”. Sin embargo, afirma que “es una buena guía de cara al futuro” y “recupera el valor de los inhibidores farmacológicos, que se quedaron un poco parados por aquel ensayo fallido”. “Por ahora, solo el Sativex está aprobado en Canadá para el dolor oncológico, casi como una excepción, en uso compasivo, y no hay ningún otro fármaco basado en cannabinoides aprobado para el dolor”, añade.

Aunque Fernández reconoce que la potencia de los cannabinoides para combatir el dolor es menor que la de los opioides, recuerda que “también son mucho más seguros” y pueden potenciar los efectos sobre nuestro sistema opioide interno. Según el investigador, una forma de aprovechar estos efectos sinérgicos consistiría en combinar una dosis baja, que por sí sola no tendría efectos, de un opioide, con otra dosis reducida de un cannabinoide. “Con esa combinación se obtendrían los mismos efectos que los opioides utilizados ahora, pero sin los problemas de la epidemia [por el uso de esos fármacos] que se ha visto en EE UU y ahora se empieza a ver en Europa”, explica. Andrés Ozaita, catedrático de Farmacología de la Universitat Pompeu Fabra, cree que el conocimiento obtenido con el estudio de personas como Joanne Cameron, puede dar lugar a tratamientos que cambien la forma de entender el tratamiento del dolor.

“Conociendo estos mecanismos de la expresión del gen, se pueden plantear nuevas aproximaciones, como la terapia génica para personas con dolor crónico, haciendo que las neuronas de los ganglios de la raíz dorsal no sean tan efectivas y se reduzca la sensación de dolor”, ejemplifica Ozaita. Este tipo de terapias consistirían en la transferencia de material genético para modificar la expresión de algunos genes de los pacientes y que se parezcan más a la de personas como Cameron. “A medio plazo, lo vería factible, sobre todo para tratar los casos más extremos, en los que otras aproximaciones farmacológicas no están siendo eficaces”, plantea. Aunque Cameron es una persona con menos ansiedad y dolor que la media, ella misma reconocía que sus mutaciones no solo ofrecen ventajas. “Me quemo a menudo en la cocina y no me entero hasta que huele a carne quemada. Tengo muchas cicatrices en mi cuerpo”, decía entonces. “No es algo bueno. Esto tiene sus ventajas y sus inconvenientes. El dolor te avisa de que algo malo está pasando. Y yo no me entero”, lamentaba. Como muchas otras variantes biológicas, que se han ido seleccionando a lo largo de la evolución, no hay beneficios sin coste. “Si haces test de atención o coordinación, es probable que sean rasgos que se vean afectados”, señala Ozaita. Además, no todas las circunstancias en las que han vivido los humanos habrían sido seguras para una persona tan despreocupada como la escocesa. El dolor y la ansiedad que ahora sufren muchos y que el estudio de las mutaciones de Cameron pueden ayudar a aliviar son, en parte, el precio de millones de años de supervivencia.

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Salud y Vida

Cómo cocinar garbanzos: lo que debes saber para preparar la legumbre de forma saludable y aprovechar al máximo sus nutrientes

Los garbanzos son una de las legumbres más consumidas a nivel mundial y constituyen una buena fuente de proteínas vegetales, fibra y también, de vitaminas y minerales que nuestro cuerpo necesita.

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Por eso, te mostramos la mejor forma de cocinar garbanzos para aprovechar al máximo sus nutrientes y disfrutar de todos los beneficios que esta leguminosa puede ofrecer.

Remojo previo a la cocción: un paso esencial

Previo a la cocción de los garbanzos propiamente dicha, es fundamental colocar  los mismos en remojo, ya que durante este proceso se reduce  considerablemente la cantidad de antinutrientes que la legumbre posee. Así, el contenido de oxalatos, saponinas y fitatos que pueden tener los garbanzos y que reducen la absorción de calcio y de hierro de origen vegetal, se disminuye considerablemente, ayudando a que los minerales propios de los garbanzos se aprovechan mejor por nuestro cuerpo. Por otro lado, se incrementa con el remojo previo a la cocción, la digestibilidad de de la legumbre y se mejora la tolerancia en nuestro cuerpo.

Cocción justa, sin excesos y en moderada o escasa agua

Por otro lado, una vez remojado el alimento durante al menos seis u ocho horas,  retiramos el líquido del remojo y lo desechamos para posteriormente  cocinar los garbanzos en agua a punto de ebullición durante el tiempo justo. Durante la cocción se pueden perder minerales valiosos de los garbanzos como el potasio, el magnesio, el fósforo o el calcio;  por lo tanto recomendamos que este proceso sea lo más corto posible y con la menor cantidad de agua. También, una excelente alternativa para cocinar garbanzos es colocarlos en crudo  en un potaje, un estofado o una sopa;  y posteriormente aprovechar el líquido de la cocción. Es decir, colocarlos en crudo en la preparación de la cual no los vamos a retirar o colar antes de consumirlos.

También aconsejamos no freír los garbanzos para no sumar calorías y grasas  innecesarias a los mismos y en su reemplazo, podemos cocinarlos al horno para elaborar por ejemplo un aperitivo o bien, utilizar la freidora de aire. Esta es la mejor forma de cocinar los garbanzos para aprovechar al máximo sus buenos nutrientes, limitando la presencia de sustancias con acción antinutriente y también, moderando la cocción para evitar la pérdida de minerales, vitaminas y fibra en exceso.

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Los ritmos circadianos, la salud mental y el equilibrio emocional

Los ritmos biológicos existen en toda la naturaleza, todos los organismos vivos tienen un reloj interno, o mejor dicho un marcador de ritmo, que es una condición inherente a la existencia.

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Esa correlación entre los diferentes tiempos internos de cada organismo y los externos, como son los estacionales, es evidente desde hace siglos en las diferentes culturas, hasta el punto que la mayoría, en cuanto a sus mitos y religiones, estaban construidas alrededor del tiempo como un patrón no longitudinal ni secuencial, sino cíclico. En 1729, el astrónomo francés Jean Jacques d’Ortous de Mairan colocó un árbol en la oscuridad y vio cómo, a pesar de la ausencia de luz, las hojas se abrían y cerraban como si estuvieran al aire libre y sugirió en ese momento que debía existir un mecanismo interno en los organismos que regulara estas acciones. Siglos más tarde, en 2017, Jeffrey C. Hall, Michael Rosbash, y Michael W. Young ganaron el premio Nobel al demostrar, en la mosca de la fruta, un organismo habitualmente usado en investigación neurobiológica, que generaba proteínas que luego serían destruidas en función de patrones horarios.

Lejos de una mosca, cuando hacemos un viaje prolongado y padecemos el famoso jet-lag, o simplemente tenemos una variación importante en los ciclos de sueño-vigilia y las alteraciones que sufrimos, podemos comprobar este mecanismo sin necesidad de profundas investigaciones. El tiempo interno y su correlación con el externo lo hemos abordado cuando hablamos de ansiedad y tiempo, donde vimos cómo la imposibilidad de estar “en ritmo” nos puede provocar un estado tanto de ansiedad como de depresión o, a la inversa, de procrastinación. Estos ritmos internos que encontramos desde los organismos muy básicos como las formas más simples de hongos, hasta en el ser humano, se conocen como ritmos circadianos, cuando se considera el lapso de tiempo de 24 horas.

Qué son los ritmos circadianos

Los ritmos circadianos son ciclos internos que regulan diversas funciones biológicas en organismos vivos, incluido el ser humano. Estos ritmos influyen en todos los aspectos de nuestra vida, desde el sueño y la vigilia hasta el metabolismo y la función cognitiva. Al mismo tiempo y consecuentemente desempeñan un papel crucial en la salud mental y el equilibrio emocional. El control de estos ritmos o al menos el grupo neuronal que administra esto es nuestro reloj interno (quizás en música diríamos mejor un metrónomo), conocido como “reloj biológico”.

Ese reloj interno es un conjunto de aproximadamente de 20.000 neuronas que se encuentran en una región del hipotálamo llamada núcleo supraquiasmático (NSQ). Por sus funciones está ligado a las vías del nervio óptico y al hipotálamo, por sus roles hormonales. Es así que la sensibilidad a la luz solar, de la cual tanto hemos hablado durante la pandemia respecto a la vitamina D, tiene un papel fundamental en todo nuestro funcionamiento, del mismo modo que son claras las alteraciones relativas a la nocturnidad, al exceso de luz artificial etc. De la misma manera, nuestro organismo reacciona a la señal dada por la luz al amanecer y la disminución al anochecer, es decir los ritmos de vigilia y sueño.

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Salud y Vida

Quemadura solar grave: cómo tratarla

Una quemadura solar es la reacción de las células cutáneas al daño producido por la radiación ultravioleta del sol. En una quemadura solar de primer grado, se lesiona la capa superior de la piel, llamada epidermis, lo que provoca enrojecimiento, dolor e hinchazón.

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Las quemaduras solares de segundo grado son más graves porque también se daña la siguiente capa de la piel, la dermis. Cuando esto ocurre, se forman ampollas porque la epidermis y la dermis se separan y el líquido inflamatorio entra a raudales, lo que ocasiona que se formen burbujas en la piel. En las pieles más oscuras, las quemaduras solares son más difíciles de notar al principio porque el enrojecimiento es menos evidente. “Las personas de color también pueden sufrir quemaduras solares, solo que la exposición al sol debe ser mucho mayor”, afirmó Adewole Adamson, dermatólogo y profesor adjunto de medicina interna en la Facultad de Medicina Dell de la Universidad de Texas en Austin.

Las quemaduras solares también dañan el ADN de las células cutáneas, lo que, con el tiempo, puede provocar cáncer de piel. Una quemadura solar con ampollas durante la infancia o cinco o más quemaduras solares a cualquier edad duplican el riesgo de padecer melanoma,  según Jesse Lewin, profesor adjunto de dermatología de la Facultad de Medicina Icahn de Monte Sinaí y portavoz de la Fundación contra el Cáncer de Piel. Desafortunadamente no se puede hacer nada contra los daños a largo plazo que provoca una quemadura solar en el ADN, pero existen remedios para calmar la piel a corto plazo.

Mantén la piel hidratada (y tu cuerpo también). Es importante beber mucha agua cuando tienes una quemadura solar porque “el aumento del flujo sanguíneo hacia la piel” hace que se pierdan líquidos, señaló Jennifer Holman, dermatóloga de U. S. Dermatology Partners en Texas y portavoz de la Academia Estadounidense de Dermatología.

Ten cuidado con la descamación de la piel y las ampollas. Si te salen ampollas, asegúrate de limpiar la zona con agua y jabón. Si las ampollas te causan muchas molestias, Adamson afirma que está bien drenar el líquido con una aguja esterilizada, pero no arranques la ampolla. La piel es la primera línea de defensa contra las bacterias y otros patógenos, y exponer el tejido subyacente te deja vulnerable a las infecciones.

No empeores la situación y no te preocupes demasiado. La inmensa mayoría de las quemaduras solares no son muy peligrosas. Las únicas ocasiones en las que necesitarás ir al médico son si tienes fiebre (porque podría indicar un golpe de calor) o si un niño pequeño sufre una quemadura solar grave (porque corren un riesgo mayor de deshidratación). Mientras la piel se cura, lo que suele tardar una semana, la prevención de nuevas quemaduras debe ser una prioridad. Eso no significa que una quemadura solar tenga que arruinar tus vacaciones; solo ten mucho cuidado cuando vuelvas a estar al aire libre.

Por último, no te preocupes demasiado. Una quemadura solar aumenta el riesgo de cáncer de piel, “pero no te predestina”, concluyó Adamson. El miedo a las quemaduras solares no debe “impedir que las personas practiquen actividades saludables, como estar al aire libre”.

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