A lo largo de nuestra vida vivimos situaciones en las que somos heridos, humillados, abandonados, maltratados; sentimos que no se nos considera, entre tantas otras cosas. Creemos que debemos actuar de manera fuerte y firme contra esas personas que nos han hecho sentir así y decimos: “No puedo permitir que esto siga pasando, ahora le daré un trago de su propia medicina”; y nos vemos actuando tal como esa persona nos trató. Pensamos “Es lo justo”, y eliminamos cualquier tipo de bondad ante esa persona. Sin embargo, hay un fragmento de la biblia que es imposible de ignorar ante esta situación:
“El gran amor del Señor nunca se acaba, y su compasión jamás se agota. Cada mañana se renuevan sus bondades; ¡muy grande es su fidelidad!” Lamentaciones 3:22-23
Cuando meditamos en la piedad de Dios y tomamos conciencia de cuánto nos perdona voluntariamente, y de verdad podemos mostrar piedad a otros de manera mucho más verdadera, porque ser misericordiosos simplemente significa ser buenos con quienes no se merecen esa bondad.
¿Te suena conocido?
Es lo que Jesús hizo con nosotros. Hemos recibido el perdón, bendiciones inmerecidas, y Él espera que nosotros demos a otros de lo que hemos recibido de él. Jesús dijo que debemos perdonar a nuestros enemigos (Lucas 6:37). No tratemos de hacer que la gente se sienta culpable o pague por sus errores, sino que en cambio, les daremos el regalo de su misericordia así como nosotros la hemos recibido de Dios. No es fácil, pero al recordar lo que Dios nos perdona días tras días, todo nuestro panorama es más amplio y claro.
Permite que tu bondad se renueve, por ti y por tu corazón. Lo necesitas.
