Las excusas que nuestra mente inventa para boicotear la pérdida de peso son infinitas. Sabemos que tenemos que perder peso, pero inventamos mil razones para posponer el momento de cuidarnos. Nuestro cerebro manda y nuestro cuerpo sufre. Si te sobra peso y crees que no eres capaz de perderlo seguramente te verás reflejado en alguna de estas excusas:
No tengo tiempo. El trabajo, las tareas de casa, la familia… cada persona organiza su tiempo en función de sus demandas, pero todos tenemos tiempo para mirar las redes sociales o ver alguna serie. ¿Has comprobado en redes sociales como Instagram o Facebook el tiempo diario que las utilizas cada día? Existe una ley que dice que vamos a ocupar todo el tiempo disponible para hacer una tarea. Se conoce como la Ley de Parkinson y lo que nos recomienda en asignar a cada tarea un momento del día y una duración determinada.
Tengo hambre todo el rato. Adelgazar no es un proceso en el que tengamos que pasar hambre. Sí es cierto que alimentos ultraprocesados deben evitarse lo máximo posible, pero eso no es hambre, es atracción por esos alimentos. Cuando se establece una dieta para perder peso debemos comer menos calorías de las que gastamos. Esa es la forma en la que nuestro cuerpo aportará esas calorías que faltan en forma de almacenes de grasa, y así la iremos eliminando. El problema llega cuando ese déficit es demasiado elevado. Ahí es normal que pasemos hambre, y aparezcan trastornos de la conducta como los atracones.
Tengo antojos. Desde pequeños hemos estado acompañados de alimentos ultraprocesados que hacen que se activen zonas de nuestro cerebro correspondientes al placer y la recompensa. Es muy difícil cortar esto de raíz, más aún si estamos en un déficit severo en el que tenemos hambre. Lo primero es cumplir con el apartado anterior y no tener una dieta demasiado estricta, solamente con un pequeño déficit. Lo segundo es saber que la moderación es la clave de toda dieta, y que es preferible caer en la tentación en el momento y comer una onza de chocolate, a dejarlo pasar y en unas horas o algún día comernos la tableta entera y algo más al llegar a casa después de un día duro de trabajo. El estrés es el peor enemigo de los antojos. Uno puede lidiar mucho mejor contra la tentación de tomarse un cruasán en la cafetería por la mañana, que al llegar a casa después de un largo día, tráfico incluido. Por lo tanto, hacer frente a las situaciones de estrés es clave para controlar las emociones que desencadenan esos antojos.
Me he saltado la dieta, así que la abandono. Esa es la razón por la que la interrupción de la dieta de forma programada es interesante a la hora de perder peso a largo plazo. Adelgazar, frente a lo que muchas personas piensan, es un proceso largo, muy largo, que dura toda la vida. Sin embargo, las operaciones biquini nos hacen pensar que en dos meses, o menos, se consigue todo. Las dietas adecuadas permiten una semana de descanso de dieta cada dos o tres meses, además de días o comidas libres dentro de la dieta. Nuestro estilo de vida, y los alimentos que hemos comido desde pequeños, hacen imposible no comer nunca más un bollo, una pizza, una cerveza o una copa de vino. Sabiendo esto, simplemente tendremos que ajustar esas ingestas a la dieta, e intentar hacerlo de manera controlada. Eso evita que haya atracones que nos hacen sentir mal y abandonar la dieta. Aunque eso ocurra, deberemos tomarlo como una piedra en el camino, apartarla y seguir caminando hacia nuestro objetivo.
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